La aceptación de las enfermedades




En el último capítulo de mi libro “18 selfies con las enfermedades” hablo sobre la etapa de la aceptación.

Se trata de esa cumbre alcanzada tras muchas fases, dónde por fin decimos, ¡Sí! a la vida y ¡Sí! a las enfermedades, porque ya nos hemos convencido de que es mucho mayor el desgaste de decir, me niego a admitir la enfermedad, que el hecho de abrirle la puerta y dejar de poner más limitaciones de las que ella misma trae consigo.

En esta etapa hemos aprendido a manejar la ira, la tristeza, la culpa, el miedo, la soledad, la frustración, con una curiosa destreza que hasta ahora desconocíamos.

Ya somos capaces de observar nuestras emociones, aceptarlas como parte de nuestro desarrollo, sentirlas sin miedo y verbalizarlas sin avergonzarnos hasta que se evaporan.

El victimismo ha desaparecido de nuestras vidas. Hemos superado nuestra adicción a la queja y no necesitamos reforzarnos con una obsesiva búsqueda de atención.

Hablamos abiertamente de la enfermedad que nos ha tocado vivir, compartimos experiencias y opinamos sin complejos. Aconsejamos desde la humildad y brindamos nuestra ayuda siempre que haga falta.

No sólo aceptamos que nunca vamos a volver a tener la vida que teníamos antes, sino que hemos ajustado nuestras expectativas a las nuevas condiciones e incluso reconocemos que algunos cambios han sido ventajosos.

Tomamos conciencia de todos los recursos con los que contamos, propios y ajenos. Nuestra nueva escala de valores nos ayuda a establecer prioridades y decidir con osadía.

Admitimos que vivimos en una sociedad donde triunfa lo grande, lo ilustre, lo prestigioso, lo colosal. Y, sin embargo, hemos comprobado que la felicidad se encuentra en los detalles más insignificantes y en los momentos más breves.

También reconocemos que lo que en un momento dado pudo parecernos la desgracia más injusta, ahora resulta que nos ha aportado un sinfín de beneficios para nuestra madurez personal.

Disfrutamos de las situaciones desde el amor incondicional. Porque lejos de las discrepancias familiares y desacuerdos populares, hemos priorizado la comodidad y el bienestar del enfermo.

Hemos aprendido a equilibrarnos y mantener nuestro cuerpo y mente en armonía.

No nos ha quedado más remedio que reinventarnos en época de cambios y somos unos buenos emprendedores.
Por suerte o por desgracia hemos atravesado muchas etapas donde nos ha quedado claro que no hay que pararse más de lo estrictamente necesario en cada una de ellas. Pero hoy es el día que reconocemos una lección en cada paso.

Hemos comprendido el valor de la empatía, clave para apoyar y motivar a nuestro familiar.

Hemos exterminado la culpa despidiéndonos de todos nuestros errores del pasado. No pasa nada si volvemos a tener pensamientos auto destructivos, tenemos talento para darles la vuelta y convertirlos en efectivos.

Sabemos perdonar y entendemos de primera mano que este gesto nos libera de una gran carga emocional y nos deja disfrutar mucho más de las cosas.

Ya hemos hecho las paces con la enfermedad, porque seguir escupiendo críticas o lamentándonos por nuestras desgracias no nos trae más que disgustos.

Nos sigue quedando un itinerario complicado lleno de dificultades, pero ya somos expertos en relativizar los disgustos y tomar distancia en los conflictos.

Ha llegado el momento de elogiarnos, de reconocer todo lo que hemos superado y por supuesto de darnos una buena recompensa.





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